miércoles, 28 de septiembre de 2011

MONUMENTOS DESAPARECIDOS: La Puerta del Carmen o de Madrid


Sobre el solar de la primitiva Puerta del Carmen o de Puente Duero, erigida a mediados del siglo XVII, se levantó durante el reinado de Carlos III una nueva puerta monumental que, por su situación, fue conocida indistintamente con los nombres de “Puertas del Carmen” o “Puertas de Madrid”. En menos ocasiones se la mencionó como “Puerta del Campo” o “Puerta del Campo Grande”, confundiéndose de esta manera con el Arco de Santiago, situado a comienzo de esa calle. Su situación en la actualidad sería en el Paseo Zorrilla a la altura del antiguo Hospital Militar.

Las primeras noticias acerca de su construcción datan de 1758, fecha en la que los Libros de Actas municipales recogen las primeras gestiones encaminadas a edificar una puerta, contigua al Convento del Carmen Calzado, correspondiente a lo que se merecía esta ciudad, con sus casas de registro, dado que la que existía allí entonces se encontraba en muy mal estado. Sería el gremio del vino, según costumbre, el encargo de costear la obra, para la que había adelantado ya 100 doblones. En octubre de ese año había comenzado ya el señalamiento de línea, puesto que se solicitaba permiso para cortar el Pinar de Antequera 150 machones de 18 pies (3,78 m.) necesarios “para la obra que se está trazando en las Puertas del Carmen".

Puertas del Carmen. No recuerdo de donde la tomé, créditos a quien corresponda
Situación de la Puerta de Madrid según el plano de Ventura Seco (1738)
Situación de donde estaría la Puerta de Madrid en la actualidad. Según la web www.valladolidweb.es
Desde este momento hasta 1774 hay absoluto silencio acerca de la marcha de estos trabajos, por lo que debió existir una paralización en los mismos. En esta fecha los Procuradores del Común de Valladolid solicitaron de la Hacienda Real se les concediera, “para continuar la obra de la Puerta que dice del Campo Grande, ciertas porciones de ladrillo y piedra de que están revestidas las paredes interiores de dos antiguos pozos que hay fuera de la ciudad y sirvieron para encerrar nieve” y que se consideraban de propiedad real.
De nuevo se produce el silencio hasta 1776. En agosto de este año, por una cuestión de pagos, aparece por primera vez el nombre del autor de la obra. Se trata de Anacleto Tejeiro, maestro de obras, “con quien se remató la de los Arcos de la Puerta el Carmen”. El Concejo debía tener dificultades para financiar la prosecución de la obra, porque los Diputados y Procuradores del Común solicitaron permiso para aplicar el producto de las Comedias “en las dos temporadas de Pascua de Resurrección de este año hasta la Cuaresma del próximo, a fin de concluir la obra principiada de la Puerta del Carmen”.

Aunque los problemas financieros parece que se solucionaron y la obra prosiguió su marcha, dos años más tarde, en abril de 1778, se plantearon otros de índole técnica. El Municipio no debía estar satisfecho de la labor de Tejeiro porque encargó a los arquitectos Francisco Álvarez Benavides y Pedro González Ortiz que reconocieran la obra de la puerta. Su informe fue desfavorable pues consideraron que “la mayor parte de la fábrica que tiene asentada se halla sin arreglo al proyecto, por no haber hecho montea general”, instándose a que la hiciera, “de la misma magnitud que ha de quedar la obra”. Se ignora si Tejeiro se ajustó a lo indicado.

Situación de la Puerta de Madrid en el plano de Diego Pérez (1787)
En junio de 1779 notificó el ayuntamiento “que sólo faltaba para la conclusión de la obra de la Puerta del Campo el poner la suscripción”. En vista de ello el Ayuntamiento decidió un nuevo reconocimiento, que fue realizado también por Francisco Álvarez Benavides, acompañado ahora por el arquitecto Juan Manuel Rodríguez. Sus declaraciones fueron discordantes y hubo de acudirse a un tercero, Juan de Sagarvinaga, “maestro arquitecto de los Reales Cuarteles de Medina del Campo”. Se debió de aceptar la obra después de escuchar a los tres peritos, ya que la inscripción de la puerta se consignó el año de 1780 como fecha de su terminación. Todavía en abril de 1781 hubo una última declaración de dos maestros de obras, Manuel Rodríguez y Gabriel Mozo, que informaron favorablemente acerca de la construcción, por lo que recomendaron se pagase “al dicho Anacleto el resto que alcanza en la obra principal y accesoria”.
En enero de aquel año estaban hechas las puertas de madera que habían de cerrar los arcos pero faltaba colocar los sillares sobre los que debían jugar y también “la coronación y adorno que es preciso sobre ellas”. Fue Juan Abella, maestro carpintero, quien hizo la obra de madera, reconocida por el citado Manuel Rodríguez. En abril se mencionada a José Miguel, pintor, que pide 447 reales “por haber pintado las Puertas del Carmen”, y a José Terán, maestro herrero, “por la obra ejecutada” en ella. Nada se dice sin embargo, del maestro que llevó a cabo la parte escultórica, tan importante por otra parte. Así se concluye la construcción. La inscripción se hará en letras fondeadas rellenas de betún negro para que se pueda percibir con toda nitidez.
Ya en el siglo XIX, en 1808 según los cronistas, se sustituyeron las puertas de madera de los tres arcos, por verjas de hierro dulce procedentes del Convento de San Pablo, ante cuya capilla mayor habían estado colocadas.
Fotografía de B. Maeso (1865)
Quedan abundantes testimonios gráficos y documentales sobre este edifico que no llegó a alcanzar el siglo de vida. Constituyó en su momento una de las puertas municipales y sin duda la más monumental de la ciudad. Fue estimada por casi todos los historiadores locales como una muestra arquitectónica de correcta factura neoclásica, reflejo, a nivel provincial, de la que por aquellos mismos años se habían en Madrid, donde en el siglo XVIII surgieron o se reformaron una serie de puertas como las de Atocha, Recoletos, San Vicente y Alcalá. Idéntico sentido tuvieron otras construcciones levantadas en provincias como el Arco del Mercado en Palencia, un poco más tardío.
La del Carmen de Valladolid tenía tres entradas dispuestas bajo arcos de medio punto, ligeramente de mayor luz y altura el central; construida con sólida fábrica de sillería; su fachada principal, de orden dórico, miraba al camino de Madrid. Los pilares entre los arcos se adornaban con pilastras rehundidas. Un entablamento adornado con triglifos y cornisa sobresaliente soportaba un ático abalaustrado en sus lados y macizo en el centro, donde se situaba un frontón conteniendo un gran escudo real, con las armas de Castilla y León, orlado de carnosas guirnaldas. El ático se rematada por doce floreros colocados a plomo sobre las pilastras y un gran pedestal central sobre el que se erguía la estatua de Carlos III, a cuyos pies, entre trofeos militares, descansaba el león español. En su pedestal se leía la inscripción conmemorativa: “Reinado Carlos III, año MDCCLXXX, a costa de los caudales de los propios”.
Vista de Valladolid según Alfred Guesdon. En la parte inferior la Puerta de Madrid

La opinión de Antonio Ponz, que vio la puerta tres años después de ser construida, es la primera vez que conocemos y, seguramente, por su exigencia, fue la menos favorable. La calificó de poco apropiada para su función de carecer de la robustez que, a su parecer, debían tener estos edificios de entrada a las ciudades, juzgando además que la estatua real que la remataba no era el elemento decorativo más idóneo para este tipo de construcciones en las que, según él, deberían colocarse “figuras alegóricas, representaciones de ángeles, etc.”. Ciertamente, su remate se apartaba de la imagen habitual en este tipo de construcciones. Sangrador y González Moral alabaron la solidez de su fabricación y lo proporcionado de sus dimensiones. Alonso Cortés la reputó como la más notable de la ciudad; Agapito y Revilla consideró que en realidad se trataba de un monumento en homenaje a Carlos III, reconociendo su monumentalidad y valor decorativo, aunque calificó de “no bella” su línea arquitectónica; Gaya Nuño la ha comparado con las puertas monumentales de Madrid, ensalzando el perfecto dibujo clásico del friso de triglifos y del frontón en que se situaba el escudo.
A ambos lados de la puerta se alzaban sencillas tapias, y junto al Convento de Sancti Spiritus se encontraba la casilla del fielato. Esta fue, como hemos señalado, la principal entrada de la ciudad, cuya existencia, sin embargo, iba a resultar efímera.
Ya en 1844 fue reparada y un año después, con motivo de la apertura de la nueva carretera de Madrid, se pretendió trasladarla a la entrada de ésta. Pero fue en 1854 cuando se propuso el derribo de “todo el edificio de piedra que constituye la entrada por la carretera antigua dejando sólo un portillo bien decorado”. A pesar de esta amenaza, todavía sobrevivió unos años hasta que en 1873, por motivos supuestamente “urbanísticos”, en los que no es difícil percibir un trasfondo político, se decidió hacerla desaparecer. Efectivamente, el 4 de noviembre de este año, el ayuntamiento republicando presidido por Manuel Pérez Terán acometió una política de amplias transformaciones urbanísticas acordando varias disposiciones relativas a obras públicas, solares, construcciones, etc., entre las que se presentó la proposición, suscrita por varios regidores, de derriba “la parte de muralla y fachada del Hospital Militar”. Por fin, el 17 de noviembre comenzó el derribo de las tapias colindantes para continuar después con la puerta.

BIBLIOGRAFÍA
  • AGAPITO Y REVILLA, J., Las Calles de Valladolid: Nomenclator histórico, Tip. Casa Martín, Valladolid, 1937
  • GAYA NUÑO, J.A., La arquitectura española a través de sus monumentos desaparecidos, Madrid, 1961
  • FERNÁNDEZ DEL HOYO, María Antonia: Desarrollo urbano y proceso histórico del Campo Grande, Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 1981
  • SANGRADOR, Matías, Historia de Valladolid (1851), tomo I, Grupo Pinciano, Valladolid, 1979

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